Por Jorge Víctor Rodríguez
Ritmos van, ritmos nuevos
llegan, pero el Rock and Roll sigue presente en la mente, en el cuerpo de las
personas que disfrutaron aquella época.
En la Delegación
Cuauhtémoc, ubicada en Buenavista, casi en el centro de esta gran ciudad existe
un lugar donde al cerrar los ojos podemos viajar a ese tiempo, escuchar al
“Rey” con el rock de la cárcel, a Julisa, Enrique Guzmán, Cesar Costa y muchos
más.
Cada sábado se reúnen
personas de la tercera edad (principalmente) algunos jóvenes curiosos que
disfrutan ver bailar a lo que se denominaba la “momisa” aquellas personas que
tienen las huellas de la vida en sus manos, en sus rostros, pero no en el alma
y en las ganas de divertirse sanamente.
Son las dos de la tarde de
un sábado cualquiera, la explanada vacía, hoy no trabajan los burócratas, uno
que otro policía de guardia, se acomoda la gorra, ve el reloj, dos con cinco
minutos, se empiezan a asomar unas cabecitas blancas y grises en las escaleras,
suben a paso lento pero firme, con gran decisión. Un banquito en una mano, la
bolsa de piel colgando del hombro, hoy es día de bailar.
Poco a poco se reúnen las
personas, se saludan con un beso en la mejilla, un apretón de manos o con un
caluroso abrazo; no hay competencia, no existe un premio, solo el de bailar
como en sus años mozos.
Se empiezan a hacer grupos,
los que más se conocen, sus respectivas sillas, ponen la bolsa, el suéter, para
que nadie se siente; aunque nadie piense en ello, todos quieren bailar. El
tiempo transcurre, cerca de 40 personas antes de las tres de la tarde están
listas para iniciar un sábado lleno de “rock”.
Curiosos que pasan y
escuchan la música, al “Rey del rock” Elvis Presley, se detienen y se asoman
para ver los pasos de hace más de 50 años estuvieron de moda, mueven las
piernas, tararean la letra, pero por pena o por el simple hecho de no ser
aceptado en tan prestigiado grupo, prefieren seguir su camino.
Doña Estelita, una dama de
79 años me invita a bailar a cambio de proporcionarnos unas palabras, no puedo
negarme a tal invitación y al compás del reloj, movemos el esqueleto, nos
reímos, me comenta que le encanta bailar, que la edad se lleva en la mente, que
esto la mantiene viva, no suena tan
repetitivo al ver su cara, con una sonrisa de lado a lado y haciéndome ver como
un novato en este ritmo, parezco un principiante ante ella, al fin de cuentas
lleva más de 10 años bailando en ese lugar, y lo que bailó en su juventud, con
los chicos de chamarras de cuero y copetes con vaselina.
Personas no jóvenes, no
viejas, disfrutan el momento y una sola mujer no es suficiente para demostrar
lo aprendido en la vida, como lo demuestra el señor Alberto con sus 59 años de
edad – Mi padre me llevaba a todos los
lugares donde se bailaba el rock and roll, sería muy tonto si no hubiera
aprendido, esto es parte de mi vida, la verdad no se que haría un sábado
normalmente –
Deja la plática y comienza
a bailar con dos damas de más de 60 años las cuales fascinadas bailan como
queriendo sacarle brillo al piso, es un mundo distinto, no son las viejitas de
chal, las de la bolsa de mandado, no, en lo absoluto son mujeres con chamarra
de cuero, de mayones pegados, de faldas; algunas de crinolina otras solo con
“vuelo”, lo importante es divertirse sanamente.
Cuatro de la tarde y llegan
los puestos de tacos, comida corrida y lo que no puede faltar después de tanto
“ejercicio” el agua y los refrescos, hay que hidratarse para seguir
“zapateando”. Cambian las parejas constantemente, algunos son esposos y siguen
bailando hasta el fin con su pareja, personas como “don Abel” que tiene el ojo
alegre y busca jovencitas a quien invitar a bailar, ahí no se permite un no de
respuesta, todas se paran a bailar.
- A mi edad, fíjate a mis 82 años ando
invitando a bailar a jovencitas de 9, 12, 15 hasta los 90 años, nunca es tarde
para aprender a bailar y nosotros los viejos tenemos esa habilidad, enseñar a
la juventud, que no se pierda esta bonita costumbre, si tuviera tiempo le
contaría mil historias, pero tengo que bailar-.
Invita a una
jovenzuela de 22 años, inexperta en este
ámbito pero la lleva como si fuera una profesional, la chica ríe, se divierte,
disfruta cada paso, cada vuelta o giro de la mano experta de don Abel, termina
la piensa y emocionada, se lleva las manos al rostro, como diciendo: Si lo hice
y lo hice bien, no lo puedo creer.
Transcurre el tiempo, el
sol empieza a ocultarse y todo lo que inicia, llega a su fin, a las ocho de la
noche, la explanada de la delegación Cuauhtémoc queda vacía, como a las dos de
la tarde, pasarán ocho días para volver a encontrarse y recordar los bellos
momentos de juventud, recordando como bailaban hace ya varios ayeres.
No hay tristeza, hay
satisfacción, la edad se hace presente, pero… la vida continúa, la vida sigue y
el próximo sábado a la misma hora, en el mismo lugar se volverán oír esas
piezas que movieron ideas, pensamientos de libertad, regresarán corriendo como
Speedy González, buscando a la Novia de su mejor Amigo, o verán Siluetas a lo
lejos, llegará el Gran Pretendiente para algunas y les dirán Lupita mi amor, o
simplemente será un amor de verano, contarán la Historia de Tommy y dirán Adiós Jamaica, pero con la finalidad
de sentir el rock en sus venas.